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  • Foto del escritorNicolás Dousdebès

Los vicios de la vieja política siguen vivos

Este es un artículo de opinión. No es una verdad absoluta. Habrá lectores que coincidan con mis visiones mientras que otros no. En todo caso es un punto de vista, entre muchos otros, sobre los graves sucesos ocurridos en Ecuador durante las dos primeras semanas de octubre 2019. Más allá de las banderas políticas o ideológicas, entre ecuatorianos debería siempre primar el deseo de paz para generar un contexto donde se pueda trabajar en condiciones de justicia para todos, especialmente para los más vulnerables de la sociedad.


 

Está bien que Moreno, sus asesores y ministros hayan querido poner en orden las deudas del país pero lo hicieron al más puro estilo de la vieja política

La historia se repite... y se empeora también


Malestar social generó el sorpresivo anuncio del retiro del subsidio estatal a los combustibles. Quito, 10/10/2019

¿Acaso no aprendemos nada de la historia, tan débil es nuestra memoria como sociedad? Los indígenas repartidos en sus diferentes comunidades son un actor cuyo peso no puede ser desestimado en Ecuador. El 21 de enero de 2001, hace casi 19 años, el entonces presidente Jamil Mahuad fue derrocado por la presión de organizaciones sociales populares, movimientos indígenas (entre ellos la CONAIE), estudiantes y demás sectores. También entonces la elevación del precio de los combustibles, junto con la desgracia del congelamiento de fondos, fue el detonante de la protesta y la indignación. Años más tarde, Lucio Gutiérrez fue así mismo derrocado por tomar medidas anti-populares.


Pues parece que el gobierno actual, que puede haber tenido la mejor de las intenciones en cuanto a sanear las finanzas públicas, es bastante miope, políticamente hablando, al no haber previsto ni remotamente que un movimiento de protesta de esta magnitud se podía desatar al anunciar de la noche a la mañana, del pasado 1 de octubre de 2019, el retiro de los subsidios tanto a la gasolina extra como al diésel, siendo éste el que más impacto iba a generar a nivel popular puesto que tanto camiones como buses y tractores lo utilizan para actividades productivas y de transporte, especialmente en sectores rurales.


Se ha dicho que estos subsidios distorsionaban la economía y que el endeudamiento ha llegado a un punto crítico por lo que el gobierno no tenía más remedio que dejar de subsidiar los combustibles. Este argumento es verdadero, pero desde el punto de vista que únicamente tiene en cuenta los fríos números. Para los sesudos y diplomados economistas que trabajan para el gobierno esta medida era la más adecuada para poner en orden las cuentas fiscales, tanto de la deuda pública como de la externa. Sin duda alguna.


Al igual que en el pasado, la medida polémica causó indignación. La diferencia es que ahora hubo una serie de circunstancias agravantes. Por una parte, el endeudamiento masivo heredado desde el gobierno de Correa, con préstamos chinos a tasas más elevadas que las del mismo FMI, y la corrupción rampante de ese régimen. Por otra parte, el seguimiento a las condiciones impuestas por la banca mundial, que si bien fue creada para regular las balanzas de pagos de los países, no siempre se conduele del costo humano que el cumplimiento de sus recetas pueda tener; o bien, los gobiernos no hallan las fórmulas para evitar que sean los sectores más desfavorecidos quienes paguen por estas líneas de crédito. Por último, el oportunismo político de ciertos sectores que buscaban una ocasión para derrocar a Moreno. Paradójicamente éste mismo se la presentó en bandeja de plata con su poca prudencia al momento de plantear las reformas económicas.


Sin embargo, lo que el gobierno no consideró es que los sectores indígenas y populares no iban a recibir esta decisión con la misma tranquilidad con que los ámbitos urbanos de las clases medias y altas lo hicieron. Aunque para el público urbano también iba a haber un efecto, no sólo en el tema del transporte sino en cuanto éste genera un proceso inflacionario, no es tan fuerte como lo es para el campesinado. Los productores agrícolas dependen para su subsistencia del combustible barato tal y como estaba establecido. Gracias a ello pueden producir frutos agrícolas y transportarlos a las grandes ciudades, especialmente a Quito y Guayaquil. Y eso sin contar que muchos de ellos son víctimas de los especuladores que justamente aprovechan estas subidas en el precio del combustible para lucrar más en prejuicio de los agricultores. Sucede desde hace décadas en Ecuador. Me lo contaba mi abuela que tenía una pequeña parcela de tierra en Chambo, provincia de Chimborazo.


Violencia generalizada en la ex "isla de paz"


El hecho de criticar, desde la comodidad de nuestra vida urbana, digitalizada y moderna, a los sectores indígenas bajo el lema de que nos deben dejar trabajar en paz, es una actitud hasta cierto punto cómoda que solo mira la realidad de ciertos sectores urbanos e ignora a los más vulnerables. Todos necesitamos trabajar en paz; eso es absolutamente cierto, pero entonces, los grupos indígenas y sectores populares que vinieron masivamente a Quito a protestar en contra del retiro del subsidio, ¿son todos meros agitadores vagos y violentos que no tienen nada que hacer más que sacar de quicio a la policía, al gobierno y a los militares? Pues algunos lo son y seguramente son también responsables, al menos en parte, del clima de miedo bajo el cual vivió la población en Ecuador en los primeros quince días de octubre de 2019.


De ninguna manera se puede justificar la violencia ni los saqueos o vandalismos que se han producido estos días y que en primer lugar han puesto en peligro vidas humanas, además han destruido tanto propiedad pública como privada y han causado estragos económicos a todo el país. De hecho pocas veces, o nunca, he sido testigo de un nivel tan elevado de agresividad en las manifestaciones políticas.


Y sobre este punto habría que ahondar aún más. Los ciudadanos de Quito, y otras ciudades también, fueron objeto de ataques terroristas, pues sólo así se puede calificar al hecho de lanzar troncos y llantas encendidas sobre los vehículos que pasan bajo un puente o atacarlos con pedradas y palos. Eso justamente me sucedió el sábado 12 de octubre cuando había salido a buscar alimentos junto con mi esposa e hijo pequeño. Ese día se vivió el más crudo enfrentamiento y una sensación de pánico generalizado en la población civil en varias ciudades del país.


Verdaderas batallas campales se libraron en las calles de Quito como reacción a las medidas económicas del régimen de Moreno. (Foto: Diario Metro)

Adicionalmente, la fecha era muy significativa, el famoso "día de la raza", rebautizado como "día de la interculturalidad" fue justamente la jornada más violenta de todas. Se me ha quedado grabada en la memoria la escena de dos indígenas sosteniendo un retrato de la lideresa indígena Dolores Cacuango por encima del rostro vandalizado de Isabel La Católica, en la calle Madrid. Por cierto, todas las calles de ese sector de Quito (La Floresta) llevan nombres y símbolos totalmente hispánicos: 12 de octubre, Isabel La Católica, Madrid, Toledo, etc. Todo esto habla de una invisibilización secular de lo indígena en nuestras ciudades y en la cultura. Sería justo replantear ese monumento. Que se quede Isabel pero que se ponga también a Dolores o Tránsito. Que se pongan rostros de mujeres mestizas y afroecuatorianas. Ecuador no es lo que es sólo por su herencia hispana sino también por su sangre indígena y de tantas otras etnias.


Pero quisiera volver al tema de la violencia. Es muy difícil creer ingenuamente que los causantes de todos estos excesos, que van ciertamente más allá de cualquier protesta legítima, no hayan tenido todo un financiamiento y organización de apoyo. Se ve claramente una intencionalidad política por detrás en el sentido de haber aprovechado el momento de caos y protesta para inducir a un derrocamiento de Moreno. De hecho hay indicios de que sectores cercanos al ex presidente Correa han sido responsables de esta exasperación de la violencia durante los días de la protesta.


Jóvenes voluntarios brindaron apoyo humanitario en la Universidad Salesiana a las comunidades indígenas. No se puede generalizar, señalando a todos como responsables por la violencia.

El ministro Jarrín ha indicado que las universidades han sido cómplices de estos hechos al haber abierto sus puertas para albergar y alimentar a los grupos indígenas que llegaron masivamente a Quito para las protestas. Al respecto hay que decir que el enfoque de estas instituciones fue de paz y de acogida humanitaria. Muchos estudiantes van a las comunidades indígenas para hacer sus prácticas de vinculación y son en general bien recibidos por éstas. Ahora ellos se hicieron presentes para manifestar su descontento y protesta contra el gobierno. Tienen derecho a ello, y las universidades a prestarles alojamiento. Además mucha gente de Quito se acercó voluntariamente a estos centros para hacer sus donaciones de comida o para ayudar en calidad de voluntarios. Lamentablemente, en las calles, hubo excesos y uso de violencia, no sólo por parte de la policía sino también de algunos de los mismos manifestantes. Aunque eso es cierto, en ningún momento las autoridades universitarias instigaron a la violencia o la desestabilización del gobierno. Al final, pagan justos por pecadores, como dice el viejo adagio.


Quienes han incurrido en actos delincuenciales de violencia y vandalismo deben ser juzgados como cualquier otro ciudadano. Pero por otro lado, también lo deberían ser aquellos elementos policiales que ejercieron un exceso de fuerza para reprimir las manifestaciones. No obstante, lo que es cierto es que en medio del caos y el tumulto es muy difícil esclarecer responsabilidades claras por estos desmanes. Considero que es necesario hacerlo en la medida de lo posible, aunque por encima de eso, es hora de curarnos y sanar nuestras heridas como pueblo.


Lecciones por aprender


Es hora de dialogar, de bajar la violencia en las palabras y en las acciones, tanto en Ecuador como en el mundo


Mahatma Gandhi logró la independencia de la India por medio de la no violencia; del mismo modo, Luther King consiguió derechos políticos para los afro-norteamericanos en los años '60. Y en Ecuador, ya en pleno siglo XXI, somos incapaces de dialogar sobre temas sensibles para tomar pacíficamente medidas económicas consensuadas. Para que el gobierno y los sectores indígenas se sienten a dialogar el domingo 13 de octubre de 2019, hubo que esperar a que haya 8 fallecidos, 937 heridos y 1121 detenidos; a que se incendie la contraloría, que se ataque a medios de comunicación y a periodistas, que se destruyan bienes que son de todos. En definitiva, se dejó que hubiera enfrentamientos entre ecuatorianos y estuviéramos al borde de una guerra civil.


La contraloría incendiada es el símbolo trágico de la violencia, caos y terrorismo vividos en octubre 2019 en Ecuador

Esta situación extrema debería ser un momento de inflexión, una oportunidad de cambio en nuestra manera de gestar relaciones sociales. Somos un país complejo, étnicamente diverso y por ello mismo, cualquier medida que repercuta en la economía popular, no sólo en los sectores indígenas, debería estar precedida de un amplio diálogo para tomar en cuenta, en la medida de lo posible, los puntos de vista de actores tan diferentes.


Aunque como país nos falta mucho por crecer y aprender, los ecuatorianos ya no somos simples menores de edad que vamos a aceptar sin condición alguna los decretos y mandatos de la autoridad civil, sobre todo en temas tan sensibles como los económicos. Los indígenas especialmente, se han organizado, tienen una conciencia de unidad y de pueblo de la que los blanco-mestizos carecemos. En los días que ellos han estado alojados en la Universidad Politécnica Salesiana, su actitud y forma de organizarse me han dejado algunas lecciones. Ellos no necesitan de la comodidad de una cama mullida ni comida refinada para alimentarse. Vinieron en camiones, no en cómodos vehículos o autobuses climatizados y se acomodaron en graderíos y coliseos para descansar. Son demasiado fuertes como para ser ignorados, a pesar de representar sólo el siete u ocho por ciento de la población.


Los saqueos afectaron a muchos sectores y paralizaron la producción a nivel nacional. (Foto: El Universo)

Desde luego que en el país no sólo cuentan ellos; hay trabajadores, estudiantes, gremios profesionales, comerciantes, transportistas, empresarios; en pocas palabras, la sociedad civil. De modo que una decisión económica destinada a quitar un subsidio a los combustibles, vigente por 45 años, iba a tener un impacto muy fuerte desde el punto de vista social. Por ello mismo era indispensable un diálogo a priori y no a posteriori, cuando ya estábamos bajo el miedo de que continúe el paro con su lamentable daño colateral de daños humanos y materiales. De hecho, estimaciones preliminares publicadas en algunos medios de comunicación, como El Universo, señalan que los diez días de paralización y saqueos generaron una pérdida aproximada de US $ 2.300 millones de dólares.


Está bien que Moreno, sus asesores y ministros hayan querido poner en orden las deudas del país pero lo hicieron al más puro estilo de la vieja política, la de Correa, Mahuad, Velasco Ibarra, Ponce Enríquez o García Moreno, quienes consideraban que el ser presidentes, el ser los inquilinos temporales de Carondelet, les daba un cheque en blanco para tomar decisiones inconsultas bajo el lema de que es para el bien del pueblo. Ahora se han conformado mesas de diálogo para focalizar subsidios. Pues precisamente este tipo de mecanismos son los que deberían siempre ser implementados antes de tomar decisiones trascendentales. Ya lo dijo hace casi quinientos años Santo Tomás Moro: "(en Utopía) todo asunto que se considere importante es remitido a la asamblea de los magistrados; éstos, una vez tomado consejo de sus familias, deliberan entre sí y exponen su parecer al Senado (Utopía Cap. 3). Son lecciones mínimas de sentido común político que todo mandatario debería saber y practicar.


Las protestas, protagonizadas por sectores indígenas, han mostrado las fracturas en la sociedad ecuatoriana. Es indispensable trabajar en favor de la unidad nacional.

Antes de terminar hay que resaltar otro tipo de violencia, ésta más bien simbólica y verbal, que ha surgido con fuerza a raíz de las protestas de octubre. Se trata de la evidencia que muestra una profunda fractura social que atraviesa a la sociedad ecuatoriana, compuesta por dos mundos yuxtapuestos, más no integrados, en un mismo territorio, tal como lo observaba acertadamente Jorge Adoum. En estos días se han manifestado miradas y expresiones de odio de lado y lado. Por una parte, insultos y violencia en contra de policías, militares y hasta del mismo Moreno, a quien se lo ha descalificado en base a una discapacidad física. Por otro lado, expresiones del más crudo racismo en contra de las comunidades indígenas. Si alguna vez creí que este era un mal del pasado, hay compruebo que estaba profundamente equivocado. Como sociedad necesitamos urgentemente sanar también estas heridas y deshacernos de absurdos complejos de superioridad; elevar la calidad del debate en base a ideas para el bien de todos y no sobre la descalificación simplona de tipo ideológica o peor aún, racista.


Para terminar, resalto las palabras del mediador de la ONU cuyo papel fue clave para lograr un acuerdo: "Es hora de dialogar, de bajar la violencia en las palabras y en las acciones, tanto en Ecuador como en el mundo"


Fotos y texto: Nicolás Dousdebès Córdova

29 octubre 2019








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