En mis condiciones favorables pude sin embargo sentir ese sabor amargo de ser un cero a la izquierda. Donde hay que trabajar el doble para ganar menos, aprender el acento si no deseas sentirte perseguido por las miradas en los buses o tal vez en una fiesta tener que aguantar las preguntas de los policías en sus redadas.
Hoy no fue un día igual en la Universidad Salesiana, en los predios del Bloque B cuatro carpas simularon en su interior el recorrido de migrantes sirios en situación de riesgo en la mera ilusión de buscar otros territorios que permitan encontrar una calidad de vida debido a las escasas oportunidades que sus países de origen tienen. Fueron 25 minutos que aún me producen un silencio y desdén.
Los grupos 401 y 402 de la cátedra Epistemología de la Comunicación y 501, 502 de la materia Derechos y Ciudadanía presentaron su puesta en escena: Laberinto Migratorio: una experiencia sensorial. Los docentes Msc. Tania Villalva y Msc. Pablo Romero en conjunto con sus estudiantes tienen el crédito respectivo por haber logrado mostrar con éxito la manera sobre cómo abordar los problemas de la migración desde las experiencias de vida.
En mi artículo anterior sobre el matrimonio igualitario pedí que los temas de sensibilidad social sean tratados de manera permanente, con los principales actores sociales, la gente de a pie y no con decretos o cadenas cuánticas. De la misma manera, se esperaría frente a la crisis humanitaria que se vive en el país con la permanencia actual de ciudadanos venezolanos en el Ecuador. Lo cierto insisto es, que tenemos un cuerpo ejecutivo necio y torpe; un ministro de relaciones exteriores quien poco discute y pretende que desde los escenarios comunicativos –más bien mediáticos- se resuelva el conflicto.
Migrar es un acto valiente, pues se debe soportar de todo. Vivir la experiencia sensorial fue lo mejor del laberinto, una propuesta que apela a sentir, vibrar y enojarse; quizás, la indignación surgió desde la comodidad a sabiendas de que meramente era un ejercicio académico. Sin duda alguna, hay que destacar los momentos donde los jóvenes recrean los motivos del migrante para salir de su hogar; las maneras de violencia física y sexual que apremia a la hora de pasar las penurias entre coyoteros y personas que ven al migrante como la escoria social.
Pero el caso no es simple, a pesar que los pueblos siempre han vivido y sentido la migración, son pocos quienes dimensionan políticas públicas que fortalezcan estas relaciones que en muchos casos son asimétricas.Ecuador no es la excepción; los conceptos de migrante causan estupor por la última ola de violencia por parte de ciertos grupos de ciudadanos venezolanos quienes han decidido realizar fechorías.
Pero, no todo migrante es un ladrón o pedófilo. Ser extranjero no es fácil, requiere una dosis de sumisión perpetua. Carece de voz permanente y se humilla tanto desde las diferencias físicas como mentales.
Los malditos migrantes forman parte del discurso de odio de una clase política que no los odia pero disfruta de la tertulia en contra de ellos; pues así, tener en la memoria extranjeros como sujetos de segunda clase, favorece al mercado, a los empresarios quienes los explotan y obliga a la ciudadanía a verlos como escoria.
Más allá discurre en el discurso una forma de discriminar por discriminar, el migrante es tal por necesidad, algunos oprimidos por culpa de gobiernos nefastos como el del dictador Presidente Maduro.
Sin embargo, hay una migración dura, olvidada, silenciosa y que vive o adolece con mayor o igual desdén los avatares de la violencia. Son los olvidados de nuestras provincias aquellos que lo hacen por las mismas razones pero carecen de espacios para ser visibilizados por ser ecuatorianos y para ello, esta clase, se la asume como seres naturales y tal vez solo una tara más que termina en el subempleo.
El odio se debe a estigmas generacionales implantados tras el concepto de migrante. Y éste continuará mientras no existan políticas educativas que concienticen a la juventud en aras de construir espacios para ver al otro a esos otros como propios.
Durante los 10 años que fui migrante en la ciudad de Panamá fui un privilegiado quien pudo estudiar y tener un techo y comida gracias a mi tío Nando, quien migró de un pueblo de Colombia, Corozal hace más de 50 años, a un país dominado por la segregación racial producto de ser la colonia escondida del gobierno estadounidense.
Él si vivió la discriminación, de comer la fruta de mamón de los árboles de la universidad de Panamá donde estudié también, en honor a esos dolores hacia lo mismo, aunque con los privilegios, claro está, de poseer un techo donde recostarme.
El estigma de ser colombiano pesa aún en su memoria a pesar de sus 74 años y 30 como nacionalizado panameño. Un migrante jamás se siente igual, a pesar de tener todos los derechos posibles.
En mis condiciones favorables pude sin embargo sentir ese sabor amargo de ser un cero a la izquierda. Donde hay que trabajar el doble para ganar menos, aprender el acento si no deseas sentirte perseguido por las miradas en los buses o tal vez en una fiesta tener que aguantar las preguntas de los policías en sus redadas.
Lo cierto es que cualquier migrante puede contar historias de terror u otros menos espeluznantes, pero todos ven o nos sentimos diferentes.
Concluyo por reiterar mis felicitaciones a los estudiantes de la carrera de comunicación de la universidad salesiana, por mostrar un poco del dolor, la violencia, la discriminación de seres humanos quienes migran con el único sueño de vivir mejor.
Finalmente, está en nosotros exigir a nuestras autoridades mayores procesos de educación en migración, para aprender a la fuerza si toca, a no gritar o vociferar sin conocer las condiciones sociales de nuestros migrantes, y simplemente a no atacar con el epíteto de malditos migrantes.
Texto: Patricio Iván Rosas Flórez
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